martes, 17 de mayo de 2016

Aparente silencio de Dios ante las maldades

Dirumpamus víncula eorum... Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su yugo [7], parece repetir un clamor general. «Rompen el yugo suave, arrojan de sí su carga, maravillosa carga de santidad y de justicia, de gracia, de amor y de paz.





Rabian ante el amor, se ríen de la bondad inerme de un Dios que renuncia al uso de sus legiones de ángeles para defenderse (cfr. Jn 18, 36)» [8]. Pero el que habita en los cielos se reirá de ellos, se burlará de ellos el Señor. Entonces les hablará en su indignación, y les llenará de terror con su ira [9]. 

El castigo divino no sólo se realiza en la vida terrena. A pesar de los aparentes triunfos de muchos que se declaran o comportan como enemigos de Dios, su mayor fracaso, si no se arrepienten, consistirá en no comprender ni alcanzar jamás lo que es la verdadera felicidad. Sus satisfacciones humanas, o infrahumanas, pueden ser el triste premio al bien que hayan podido realizar en el mundo. Con todo, algunos santos han afirmado que «el camino del infierno es ya un infierno». A pesar de todo, el Señor está siempre dispuesto al perdón, a darles la paz y la alegría verdaderas.

San Agustín, al comentar estos versículos del salmo, hace notar que también se puede entender por ira de Dios la ceguera de mente que se apodera de quienes faltan de esta forma a la ley divina [10]. No hay desgracia comparable a desconocer a Dios, a vivir de espaldas a Él, a la afirmación de la propia vida en el error y en el mal.

No obstante, a pesar de tanta infamia, Dios es paciente y quiere que todos los hombres se salven [11]. La ira de Dios, de la que habla el salmo, «no es tanto el furor cuanto la corrección necesaria, como hace el padre con el hijo, el médico con el enfermo, el maestro con el discípulo» [12]. Con todo, el tiempo para disponer de la misericordia divina es limitado: luego viene la noche, en la que ya no se puede trabajar [13]. Con la muerte acaba la posibilidad de arrepentimiento.

El Papa Juan Pablo II ha señalado, como una característica de este tiempo nuestro, la cerrazón a la misericordia divina. Es una realidad tristísima que nos mueve constantemente a la conversión de nuestro corazón; a implorar y preguntar al Señor el porqué de tanta rebeldía. Ante todos aparece la imagen de muchos hombres que se cierran a la misericordia divina y a la remisión de sus pecados, que consideran «no esencial o sin importancia para su vida», y como una «impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar dureza de corazón. En nuestro tiempo, a esta actitud de mente y corazón corresponde quizá la pérdida del sentido del pecado» [14].

Quienes queremos seguir a Cristo de cerca tenemos el deber de desagraviar por este rechazo violento que sufre Dios en tantos hombres, y hemos de pedir abundancia de gracia y de misericordia. Pidamos que no se agote nunca esta clemencia divina, que es para muchos como el último cable que cuelga y al que puede agarrarse el náufrago que ya había desechado otros auxilios de salvación.

CITAS EN HABLAR CON DIOS  de Francisco Fernández Carvajal.

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