miércoles, 6 de mayo de 2015

La ley de la sangre

La ley de la sangre

Es raro hoy que no se atienda una reivindicación hecha por colectivos gais que se sienten discriminados por su orientación sexual. De ahí que haya llamado más la atención que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea haya establecido que la prohibición de que los homosexuales donen sangre puede estar justificada, como medida de precaución habida cuenta del mayor riesgo de enfermedades infecciosas de transmisión sexual que se da en este colectivo. Las cifras sobre la mayor prevalencia del VIH y de otras infecciones entre los varones homosexuales son elocuentes y  nadie las ha desmentido.


Las organizaciones gais alegan que el problema no es el sexo entre hombres, sino los comportamientos sexuales de riesgo en los que cada uno pueda incurrir, independientemente de cuál sea su orientación sexual. Pero esto solo traslada la cuestión, pues entonces hay que plantearse por qué en este colectivo –menos del 2% de la población–  se generaliza un estilo de conducta sexual que se traduce que en Europa el 42% de las nuevas infecciones por VIH correspondan a hombres que tiene sexo con hombres, y que las infecciones en este grupo vayan en aumento.
Se comprende que a las organizaciones gais les irrite esta prohibición permanente de donar sangre, existente en más de cincuenta países, que a su juicio les estigmatiza. Si la conducta homosexual se considera tan normal y saludable como la heterosexual, ¿a qué viene esta discriminación? Y, ciertamente,  es paradójico que países que han introducido en poco tiempo reformas legales para dar en casi todo el mismo tratamiento a los homosexuales, se hayan aferrado a esta prohibición permanente de donar sangre, aunque pueda haber modos más personalizados de cribar a los potenciales donantes.
En algunos países se ha reconocido incluso el matrimonio gay, pero la donación de sangre sigue prohibida.  Es el caso de Holanda, que en 2001 celebró la primera boda gay, pero donde todavía  no se admite la donación de sangre por parte de homosexuales. Lo mismo ocurre en Bélgica, Noruega, Francia, Argentina, donde las parejas del mismo sexo pueden ir ante el juez para casarse, pero no ir al hospital para donar sangre. En EE.UU. ha sido más rápido el cambio de leyes sobre el matrimonio gay que el de la donación de sangre, que ha seguido prohibida, aunque el año pasado la FDA recomendó cambiar la norma. En el liberal Canadá, los gais pueden donar sangre…después de cinco años de abstinencia, lo cual parece mostrar cierta prevención sobre su conducta sexual.
Reino Unido, Suecia, Finlandia, Australia o Japón se conforman con un año de abstinencia. Curiosamente, en la Rusia de Putin la homosexualidad no es una contraindicación para donar sangre. En cambio, en la Alemania de Merkel, sí lo es. En España, los homosexuales pueden donar, aunque el inquisitivo interrogatorio que precede a la donación excluiría a no pocos de un colectivo al que corresponde el 51% de las nuevas infecciones por VIH en 2013.
Este panorama indica que, ante las reivindicaciones de colectivos homosexuales,  algunos países han estado más dispuestos a cambiar una institución milenaria como el matrimonio que a modificar las normas sobre la donación de sangre. ¿Si se quieren, por qué no?, ha sido suficiente para abrir el matrimonio a las parejas homosexuales. Pero, el hecho de que quieran hacer un gesto altruista como donar sangre no ha sido suficiente razón para permitírselo. ¿Será que estamos más abiertos a hacer experimentos con el matrimonio que con la salud?
La mencionada sentencia del Tribunal de Justicia europeo admite que en este tema un trato distinto para los homosexuales puede ser legítimo, si lo exige la situación sanitaria y  la necesidad de proteger el interés general. No toda discriminación es arbitraria ni injusta. Es un criterio que puede ser valioso también a la hora del debate sobre el matrimonio, la adopción y el mejor modo de proteger la estructura familiar.