La agresión al presidente Rajoy es la acción de un descerebrado sobre el que caerá –es de esperar– todo el peso de la ley. La presencia del mal entre el bien es una anomalía inevitable, con un valor poco más que estadístico. Incluso los miserables que jalearon al agresor cuando la Policía se lo llevaba, o los fanáticos que, en Twitter y otras redes sociales, mostraron toda su mala entraña al justificar y aplaudir el puñetazo, son una minoría, no un síntoma de nada. La inmensa mayoría de personas, en cualquier sociedad abierta, se comporta con probidad. La agresión al presidente Rajoy no es culpa de Pedro Sánchez (PSOE), como corrió a señalar, con apetito ventajista, la candidata del PP por Segovia, Beatriz Escudero. No hay una culpa colectiva o abstracta, no hay una “retórica del odio” ni tampoco una “violencia estructural” dirigiendo los puños de los agresores, contrariamente a lo que la izquierda sectaria pregona para justificar la violencia, cuando es de su cuerda, o para sacar ventaja de ella, cuando les interesa atribuirsela a “los otros”.
http://www.rtve.es/noticias/20151217/rajoy-pide-nadie-haga-lectura-politica-del-punetazo-recibio-pontevedra/1275481.shtml
Por desgracia, las sociedades abiertas como la nuestra tienen que convivir con el riesgo de sufrir acciones de violentos y de tarados. Presidentes, diputados, obispos, líderes públicos, han recibido huevos, tartas, zapatillas y puños en la cara. Felipe González, Yolanda Barcina, Mario Dragui, Romano Prodi, Hollande, Cameron, George W. Bush, el arzobispo de Bruselas atacado por las Femen,… Ha ocurrido y seguirá ocurriendo en todas las democracias. Es el precio inevitable de la libertad. Ayuda a apreciar mejor el hecho de que el liderazgo no solo conlleva privilegios, sino también sacrificios y valentía. Por eso, quizá, la agresión al presidente Rajoy ocupa este jueves un lugar más bien discreto en la prensa internacional, muy alejado del despliegue de titulares, editoriales y lecturas en clave ventajista del periodismo local español. Mucho más útil es estudiar por qué falló la seguridad del presidente y aprender de la experiencia, para mejorar su protección. Y al agresor, todo el peso de la ley.– V. Gago
[Con información de El Mundo, Libertad Digital, ABC, El País, Pontevedra Viva, La Sexta, Actuall, blog de Esperanza Aguirre y Twitter]